La compañía del San Martín, que fundó Ariel Bufano, hoy cumple su 30° aniversario con el prestigio de siempre y de la mano de Adelaida Mangani
Hace treinta años se estrenaba David y Goliat , en el Teatro Municipal San Martín y ponía al títere en una dimensión no frecuentada en las grandes salas de Buenos Aires. A partir de esa experiencia, junto con Ariel Bufano, Kive Staiff, el director del teatro, creó un elenco estable de titiriteros, para la sala de la ciudad.
Adelaida Mangani, actual directora del Grupo de Titiriteros del San Martín y única titiritera que acompaña el proyecto desde su creación, analiza: "El hecho de que en un determinado momento el teatro de títeres se haya programado de manera que el Estado lo considera parte de su plan de cultura es un punto de inflexión. Es enorme todo lo que eso posibilitó con respecto al crecimiento del género, y del público del género. Esto incluye los diversos caminos que fueron tomando los titiriteros que dejaron el grupo para seguir con sus propios proyectos, el público que vio los espectáculos, los que se formaron en el Taller de Titiriteros (que cumple 20 años) y que luego eligieron sus propios proyectos y espacios para desempeñarse, y la apertura de otras salas a propuestas de títeres... Los cambios se fueron dando y ahora casi no los percibimos como tales; ya nos acostumbramos a ellos, como si siempre hubiera sido así".
La conversación con Mangani se convierte en un grato fluir de recuerdos sin lugar para la nostalgia. Es un mirar con cariño y orgullo un proyecto que sigue en marcha. Ver cada espectáculo como un hito, y descubrir cómo se proyectó hacia el futuro, qué puertas abrió o cuál fue su significado. "Por ejemplo, actualmente -sigue reflexionando Mangani- hay espectáculos en los que se trabaja el tema de la no discriminación y La Bella y la Bestia podría ser considerada un exponente de esta postura ideológica. Pero en 1981, cuando se estrenó, no se pensaba en esos temas, e impresionó por su estética. Fue realmente algo revolucionario: una cruceta, una cabeza, dos palitos, una tela, titiriteros a la vista, sin retablo, todo un recorrido por un pistón que prácticamente se metía en el público; eso no se había hecho antes así en la Argentina. Significaba un cambio completo, y por eso mismo fue un tremendo disparador a la vez que promovió polémicas entre quienes cultivaban el género.
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