Por Fernando López
Aunque el aniversario se cumpla en octubre (más precisamente el 4, día en que haga cuarenta años que la sala Leopoldo Lugones inició su actividad regular con la proyección de La pasión de Juana de Arco , de Carl Theodore Dreyer), cualquier momento es oportuno para celebrar el fervor y la constancia con que el Teatro San Martín y la Fundación Cinemateca Argentina han desarrollado la valiosa tarea conjunta de revisar y poner al alcance de todos lo mejor del cine mundial. El clásico, el que ya no está al alcance del público porque hace rato que ha pasado la hora de su explotación comercial, el que tuvo un paso tan fugaz por las carteleras que ha dejado muchos potenciales espectadores frustrados y el que todavía no llegó (y quizá nunca llegue) a nuestro país, a veces ni siquiera en ese sucedáneo llamado video. Para estudiantes, especialistas e investigadores, y para los amantes del buen cine (que son muchos, afortunadamente, en la Argentina), es una presencia indispensable: allí encuentran una suerte de permanente historia del cine, con la ventaja de que la inteligente programación no apunta solamente al pasado y más de una vez sorprende con ciclos consagrados a nuevos creadores que -en cualquier país, aun aquellos que carecen de una reconocida tradición cinematográfica- están en busca de renovación e intentando abrir caminos hacia el cine del futuro.
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