Año 1972. La Sala Martín Coronado del Teatro San Martín abría la temporada con el estreno de Un enemigo del pueblo , de Henrik Ibsen, en adaptación de Arthur Miller. Desde la primera función y por varios meses, el espectáculo generó un vendaval de pasiones no sólo por la calidad de la puesta en escena (Roberto Durán) y el talento de los intérpretes (Ernesto Bianco, Héctor Alterio, Osvaldo Terranova, Alicia Berdaxagar, Jorge Rivera López, entre otros). Es que la obra de Ibsen se cifraba en un debate ideológico que parecía encarnar en la realidad cotidiana de cada espectador, en el debate político abierto por entonces en la sociedad argentina.
Algo ejemplarizante se desprendía del texto de Ibsen y el escenario le servía de tribuna. Por entonces, los argentinos comenzaban a imaginar la pronta retirada de un gobierno militar de facto y la recuperación del sistema democrático tantas veces extraviado desde 1930. En 1972 empezaba a vislumbrarse el retorno de Juan Perón desde su exilio en España y unas elecciones que, al año siguiente, consagrarían como presidente a Héctor Cámpora. Las fantasías redentoras, la expectativa de un tiempo definitivamente feliz, la consagración de la justicia y de la libertad se sintetizaban en las representaciones de Un enemigo del pueblo, en la adhesión a los alegatos principistas del protagonista (el Dr. Stockman), en el rechazo a veces estentóreo de las diatribas inescrupulosas del alcalde, su hermano.
No era para menos. La obra reflexiona sobre la verdad y la honestidad política, sobre la vida en democracia, sobre los abusos del poder, sobre las claudicaciones de muchos, sobre la corrupción de los poderosos y sobre la grandeza civil encarnada aquí por el protagonista principal. En 1972 Un enemigo del pueblo , creada por un dramaturgo noruego y adaptada por un norteamericano, hablaba de la Argentina aunque la historia transcurría en una ciudad balnearia escandinava a fines del siglo XIX. Hoy, en 2007, a 35 años de aquella versión, Un enemigo del pueblo sigue reflexionando sobre la Argentina. Podrá haber desacuerdos ideológicos con el autor, de un rampante individualismo incompatible con la democracia, que, por otra parte, postula; pero perdura porque se trata de un clásico genial y porque es un contemporáneo que no tiene la culpa de serlo. La culpa, si existe, podría ser de algunas sociedades que no logran satisfacer sus sueños, que no consiguen producir en su seno los cambios creativos necesarios para instalar los valores que se expresan en la obra.
Por todo eso, 35 años después, Un enemigo del pueblo está otra vez aquí.
El autor es director general del Complejo Teatral de la Ciudad de Buenos Aires.